sábado, 10 de noviembre de 2007

Como ya muchos alegarán,

Como ya muchos alegarán, es altamente probable que esta situación no se haya plasmado de inmediato o pudiera encontrarse parcialmente pendiente de aplicación hasta hoy día.

No es el tema al que apunto.

Sólo digo que los postulados están desde el principio.

Cuando se leen los evangelios, dado que el personaje central es Jesús, solemos recluir a un segundo plano a los otros actores.

Si desistimos de esta tendencia podemos advertir para el caso de María, que la misma ocupa un lugar, un señalamiento, una actividad que es destacada de manera equilibrada, sin opacar la figura de Jesús, propiciándole un marco de importancia, un espacio cercano y digno de atención, augurándole un futuro en la conformación de la iglesia cristiana.

Desde el mismo inicio del evangelio de Mateo, por ejemplo, se relata su embarazo milagroso con un respeto que sorprende por tratarse de una mujer soltera y judía que, ante tal situación, hubiera podido ser víctima de un terrible destino.

Al respecto, recordemos el episodio sobre el intento de lapidación a una ramera que aparece en algunas versiones del evangelio de Juan (8:1-11).

Sin embargo, el desarrollo de la historia del embarazo de María exalta la intervención divina en los sucesos, llevándolo todo a un final sereno donde ella es valorada doblemente: como portadora de un ser divino y como elegida para ello. Esas son las razones que aceptará su prometido: "Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel le ordenó, y tomó a María por esposa. Y sin que él antes la conociese, ella dio a luz un hijo, al que José puso por nombre Jesús" (Mt 1:24,25).

Más adelante, en Mateo 2:10,11, en el pasaje conocido como "La adoración de los magos", se lee: "Cuando los sabios vieron la estrella, se alegraron mucho. Luego entraron en la casa, y vieron al niño con María, su madre; y arrodillándose le rindieron homenaje".

Aquí se aprecia como el autor incluye a María en la descripción, cuando bien pudiera haberla omitido. Pero, de este modo, está resaltando la importancia de que se encuentre al lado de Jesús.

En varios pasajes subsiguientes se reafirma esta condición cuando dice: "Levántate, toma al niño y a su madre" (Mt. 2:13, 20, 21). El autor parece querernos decir que en el plan divino cuentan el niño y la madre.

En Lucas 2:34,35, vemos que es a María a quien Simeón le informa sobre la importancia de su hijo y de cómo la vida de él afectará la de ella, diciéndole: "Este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan o se levanten... todo esto va a ser para ti como una espada que atraviese tu propia alma".

El mismo autor en 2:48 pone en boca de María el llamado de atención dirigido a un Jesús de doce años al que no encontraban y que hallaron, finalmente, en el templo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia".

Y, luego, cierra el conjunto de relatos sobre el nacimiento, niñez e infancia de Jesús con esta reflexión sobre María: "Su madre guardaba todo esto en su corazón" (Lc 2:51).

El evangelio de Juan muestra que el rol de María no acabará al morir Jesús. Será su propio hijo quien le informe esta continuidad de su vida después de él: "Cuando Jesús vio a su madre, y junto a ella al discípulo al que él quería mucho, dijo a su madre: - Mujer, ahí tienes a tu hijo -. Luego le dijo al discípulo: - Ahí tienes a tu madre -. Desde entonces, ese discípulo la recibió en su casa" (Jn 19:26,27).

Y al iniciarse el libro de los Hechos de los Apóstoles se le observa reunida con algunos de ellos y unas mujeres, orando (Hch 1:14).

Este papel, mejor diría este espacio de preferencia ofrecido a la mujer llamada María, madre de Jesús, y en ella a la mujer en general, no tiene antecedentes dentro de la Biblia si lo confrontamos con el único caso que podría servir para tal comparación, la vida del fundador del judaísmo, Moisés.

La lectura ofrecida por el libro Éxodo sobre el nacimiento de Moisés es más que breve.

Baste ver que en un sólo capítulo, el segundo, se describe el casamiento de un hombre y una mujer, ambos de la tribu de Leví, de quienes nacerá Moisés, que a los tres meses es arrojado al río Nilo en una canasta de juncos, para ser recogido por una princesa egipcia que lo adoptará; más tarde, ya adulto, mata a un egipcio y huye al desierto de Madián, donde conoce a quien sería su suegro Reuel, el cual le da por esposa a una de sus hijas, Séfora.

Salvo para el caso de Séfora y de Reuel (éste último personaje aparece con otros dos nombres Jetro –Éxodo 3:1- y Hobah –Jueces 4:11), no se cita el nombre de su madre ni de su padre, como tampoco el de su hermana y de la princesa egipcia o el de faraón. Tampoco hay alguna descripción minuciosa sobre ellos.

Como pueden apreciar aquellos que hayan leído la Biblia, la diferencia de tratamiento narrativo de ambas historias (Evangelios - Éxodo) es notable.

Su lectura nos permite visualizar qué es lo central para los redactores de los escritos.

Vemos así que el escritor de Éxodo, a través de lo expuesto en el segundo capítulo, quiere ser breve para poder encaminarse, lo antes posible, hacia la tarea, los hechos del Moisés adulto.

Por eso sólo informa su origen tribual, cómo se salvó de la muerte siendo arrojado a las aguas del Nilo, su primer contacto con sus hermanos hebreos y su huida al desierto, escenario que terminaría siendo su ámbito natural de desenvolvimiento.

Pero esa descripción también tiene otra razón para su brevedad y su contenido. Hay algo más: El escritor del capítulo II de Éxodo no puede ser ajeno a su época.

Viene aquí, muy a cuento, repetir un pasaje del texto de Foucault ya citado: "En el fondo, no es de sorprender que los órganos de la sexualidad o la reproducción jamás hayan podido nombrarse en el discurso médico. Era muy lógico que el médico vacilara en nombrar esas cosas. ¿Por qué? Porque es una vieja tradición de la Antigüedad. Puesto que en ella las mujeres eran seres particularmente despreciables".

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